domingo, 6 de diciembre de 2009

UBU WEB

UBUWEB es un espacio en la red dedicado a la difusión de arte de vanguardia, especialmente centrado en poesía (en formato mp3) y audiovisual (en streaming). Lleva más de diez años en funcionamiento y es un excelente lugar para encontrar rarezas de todas las disciplinas: John Cage, Sol Lewitt, Yves Klein, Gregory Markopoulos… para citar sólo cuatro autores de los más conocidos de su larga colección.

Descubrir rarezas o encontrar material del todo innaccesible empieza a ser menos imposible a través de sites como Ubuweb, donde uno puede perderse, buceando durante horas.

http://www.ubu.com/


Información obtenida de http://www.blogsandocs.com

viernes, 13 de noviembre de 2009

Aquí la web donde casi todo film

Querida comisión, esta web es la hostia, es decir, la mayoría de films que puedanse ocurrirles están... Honestamente, es una buena comunidad informática, y el punto es completar la filmografía de todos los directores que vengan a ser.
El registro, obviamente, es necesario.
Aqui el linK:
http://www.surrealmoviez.info/

jueves, 22 de octubre de 2009

Las babas del diablo de Julio Cortazar

A continuación




Las babas del diablo
Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos. Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar es también una máquina (de otra especie, una Cóntax 1.1.2) y a lo mejor puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella -la mujer rubia- y las nubes. Pero de tonto sólo tengo la suerte, y sé que si me voy, esta Rémington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven. Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere contar algo). De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin y al cabo nadie se avergüenza de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo, siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago. Y ya que vamos a contarlo pongamos un poco de orden, bajemos por la escalera de esta casa hasta el domingo 7 de noviembre, justo un mes atrás. Uno baja cinco pisos y ya está en el domingo, con un sol insospechado para noviembre en París, con muchísimas ganas de andar por ahí, de ver cosas, de sacar fotos (porque éramos fotógrafos, soy fotógrafo). Ya sé que lo más difícil va a ser encontrar la manera de contarlo, y no tengo miedo de repetirme. Va a ser difícil porque nadie sabe bien quién es el que verdaderamente está contando, si soy yo o eso que ha ocurrido, o lo que estoy viendo (nubes, y a veces una paloma) o si sencillamente cuento una verdad que es solamente mi verdad, y entonces no es la verdad salvo para mi estómago, para estas ganas de salir corriendo y acabar de alguna manera con esto, sea lo que fuere. Vamos a contarlo despacio, ya se irá viendo qué ocurre a medida que lo escribo. Si me sustituyen, si ya no sé qué decir, si se acaban las nubes y empieza alguna otra cosa (porque no puede ser que esto sea estar viendo continuamente nubes que pasan, y a veces una paloma), si algo de todo eso... Y después del "si", ¿qué voy a poner, cómo voy a clausurar correctamente la oración? Pero si empiezo a hacer preguntas no contaré nada; mejor contar, quizá contar sea como una respuesta, por lo menos para alguno que lo lea. Roberto Michel, franco-chileno, traductor y fotógrafo aficionado a sus horas, salió del número 11 de la rue Monsieur-le-Prince el domingo siete de noviembre del año en curso (ahora pasan dos más pequeñas, con los bordes plateados). Llevaba tres semanas trabajando en la versión al francés del tratado sobre recusaciones y recursos de José Norberto Allende, profesor en la Universidad de Santiago. Es raro que haya viento en París, y mucho menos un viento que en las esquinas se arremolinaba y subía castigando las viejas persianas de madera tras de las cuales sorprendidas señoras comentaban de diversas maneras la inestabilidad del tiempo en estos últimos años. Pero el sol estaba también ahí, cabalgando el viento y amigo de los gatos, por lo cual nada me impediría dar una vuelta por los muelles del Sena y sacar unas fotos de la Conserjería y la Sainte-Chapelle. Eran apenas las diez, y calculé que hacia las once tendría buena luz, la mejor posible en otoño; para perder tiempo derivé hasta la isla Saint-Louis y me puse a andar por el Quai d'Anjou, miré un rato el hotel de Lauzun, me recité unos fragmentos de Apollinaire que siempre me vienen a la cabeza cuando paso delante del hotel de Lauzun (y eso que debería acordarme de otro poeta, pero Michel es un porfiado), y cuando de golpe cesó el viento y el sol se puso por lo menos dos veces más grande (quiero decir más tibio pero en realidad es lo mismo), me senté en el parapeto y me sentí terriblemente feliz en la mañana del domingo. Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier repórter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del número 10 de Downing Street, pero de todas maneras cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche. Michel sabía que el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa (ahora pasa una gran nube casi negra), pero no desconfiaba, sabedor de que le bastaba salir sin la Contax para recuperar el tono distraído, la visión sin encuadre, la luz sin diafragma ni 1/250. Ahora mismo (qué palabra, ahora, qué estúpida mentira) podía quedarme sentado en el pretil sobre el río, mirando pasar las pinazas negras y rojas, sin que se me ocurriera pensar fotográficamente las escenas, nada más que dejándome ir en el dejarse ir de las cosas, corriendo inmóvil con el tiempo. Y ya no soplaba viento. Después seguí por el Quai de Bourbon hasta llegar a la punta de la isla, donde la íntima placita (íntima por pequeña y no por recatada, pues da todo el pecho al río y al cielo) me gusta y me regusta. No había más que una pareja y, claro, palomas; quizá alguna de las que ahora pasan por lo que estoy viendo. De un salto me instalé en el parapeto y me dejé envolver y atar por el sol, dándole la cara, las orejas, las dos manos (guardé los guantes en el bolsillo). No tenía ganas de sacar fotos, y encendí un cigarrillo por hacer algo; creo que en el momento en que acercaba el fósforo al tabaco vi por primera vez al muchachito. Lo que había tomado por una pareja se parecía mucho más a un chico con su madre, aunque al mismo tiempo me daba cuenta de que no era un chico con su madre, de que era una pareja en el sentido que damos siempre a las parejas cuando las vemos apoyadas en los parapetos o abrazadas en los bancos de las plazas. Como no tenía nada que hacer me sobraba tiempo para preguntarme por qué el muchachito estaba tan nervioso, tan como un potrillo o una liebre, metiendo las manos en los bolsillos, sacando en seguida una y después la otra, pasándose los dedos por el pelo, cambiando de postura, y sobre todo por qué tenía miedo, pues eso se lo adivinaba en cada gesto, un miedo sofocado por la vergüenza, un impulso de echarse atrás que se advertía como si su cuerpo estuviera al borde de la huida, conteniéndose en un último y lastimoso decoro. Tan claro era todo eso, ahí a cinco metros-y estábamos solos contra el parapeto, en la punta de la isla- que al principio el miedo del chico no me dejó ver bien a la mujer rubia. Ahora, pensándolo, la veo mucho mejor en ese primer momento en que le leí la cara (de golpe había girado como una veleta de cobre, y los ojos, los ojos estaban ahí), cuando comprendí vagamente lo que podía estar ocurriéndole al chico y me dije que valía la pena quedarse y mirar (el viento se llevaba las palabras, los apenas murmullos). Creo que sé mirar, si es que algo sé, y que todo mirar rezuma falsedad, porque es lo que nos arroja más afuera de nosotros mismos, sin la menor garantía, en tanto que oler, o (pero Michel se bifurca fácilmente, no hay que dejarlo que declame a gusto). De todas maneras, si de antemano se prevé la probable falsedad, mirar se vuelve posible; basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena. Y. claro, todo esto es más bien difícil. Del chico recuerdo la imagen antes que el verdadero cuerpo (esto se entenderá después), mientras que ahora estoy seguro que de la mujer recuerdo mucho mejor su cuerpo que su imagen. Era delgada y esbelta, dos palabras injustas para decir lo que era, y vestía un abrigo de piel casi negro, casi largo, casi hermoso. Todo el viento de esa mañana (ahora soplaba apenas, y no hacía frío) le había pasado por el pelo rubio que recortaba su cara blanca y sombría -dos palabras injustas- y dejaba al mundo de pie y horriblemente solo delante de sus ojos negros, sus ojos que caían sobre las cosas como dos águilas, dos saltos al vacío, dos ráfagas de fango verde. No describo nada, trato más bien de entender. Y he dicho dos ráfagas de fango verde. Seamos justos, el chico estaba bastante bien vestido y llevaba unos guantes amarillos que yo hubiera jurado que eran de su hermano mayor, estudiante de derecho o ciencias sociales; era gracioso ver los dedos de los guantes saliendo del bolsillo de la chaqueta. Largo rato no le vi la cara, apenas un perfil nada tonto -pájaro azorado, ángel de Fra Filippo, arroz con leche- y una espalda de adolescente que quiere hacer judo y que se ha peleado un par de veces por una idea o una hermana. Al filo de los catorce, quizá de los quince, se lo adivinaba vestido y alimentado por sus padres pero sin un centavo en el bolsillo, teniendo que deliberar con los camaradas antes de decidirse por un café, un coñac, un atado de cigarrillos. Andaría por las calles pensando en las condiscípulas, en lo bueno que sería ir al cine y ver la última película, o comprar novelas o corbatas o botellas de licor con etiquetas verdes y blancas. En su casa (su casa sería respetable, sería almuerzo a las doce y paisajes románticos en las paredes, con un oscuro recibimiento y un paragüero de caoba al lado de la puerta) llovería despacio el tiempo de estudiar, de ser la esperanza de mamá, de parecerse a papá, de escribir a la tía de Avignon. Por eso tanta calle, todo el río para él (pero sin un centavo) y la ciudad misteriosa de los quince años, con sus signos en las puertas, sus gatos estremecedores, el cartucho de papas fritas a treinta francos, la revista pornográfica doblada en cuatro, la soledad como un vacío en los bolsillos, los encuentros felices, el fervor por tanta cosa incomprendida pero iluminada por un amor total, por la disponibilidad parecida al viento y a las calles. Esta biografía era la del chico y la de cualquier chico, pero a éste lo veía ahora aislado, vuelto único por la presencia de la mujer rubia que seguía hablándole. (Me cansa insistir, pero acaban de pasar dos largas nubes desflecadas. Pienso que aquella mañana no miré ni una sola vez el cielo, porque tan pronto presentí lo que pasaba con el chico y la mujer no pude más que mirarlos y esperar, mirarlos y...) Resumiendo, el chico estaba inquieto y se podía adivinar sin mucho trabajo lo que acababa de ocurrir pocos minutos antes, a lo sumo media hora. El chico había llegado hasta la punta de la isla, vio a la mujer y la encontró admirable. La mujer esperaba eso porque estaba ahí para esperar eso, o quizá el chico llegó antes y ella lo vio desde un balcón o desde un auto, y salió a su encuentro, provocando el diálogo con cualquier cosa, segura desde el comienzo de que él iba a tenerle miedo y a querer escaparse, y que naturalmente se quedaría, engallado y hosco, fingiendo la veteranía y el placer de la aventura. El resto era fácil porque estaba ocurriendo a cinco metros de mí y cualquiera hubiese podido medir las etapas del juego, la esgrima irrisoria; su mayor encanto no era su presente, sino la previsión del desenlace. El muchacho acabaría por pretextar una cita, una obligación cualquiera, y se alejaría tropezando y confundido, queriendo caminar con desenvoltura, desnudo bajo la mirada burlona que lo seguiría hasta el final. O bien se quedaría, fascinado o simplemente incapaz de tomar la iniciativa, y la mujer empezaría a acariciarle la cara, a despeinarlo, hablándole ya sin voz, y de pronto lo tomaría del brazo para llevárselo, a menos que él, con una desazón que quizá empezara a teñir el deseo, el riesgo de la aventura, se animase a pasarle el brazo por la cintura y a besarla. Todo esto podía ocurrir, pero aún no ocurría, y perversamente Michel esperaba, sentado en el pretil, aprontando casi sin darse cuenta la cámara para sacar una foto pintoresca en un rincón de la isla con una pareja nada común hablando y mirándose. Curioso que la escena (la nada, casi: dos que están ahí, desigualmente jóvenes) tuviera como un aura inquietante. Pensé que eso lo ponía yo, y que mi foto, si la sacaba, restituiría las cosas a su tonta verdad. Me hubiera gustado saber qué pensaba el hombre del sombrero gris sentado al volante del auto detenido en el muelle que lleva a la pasarela, y que leía el diario o dormía. Acababa de descubrirlo, porque la gente dentro de un auto detenido casi desaparece, se pierde en esa mísera jaula privada de la belleza que le dan el movimiento y el peligro. Y sin embargo el auto había estado ahí todo el tiempo, formando parte (o deformando esa parte) de la isla. Un auto: como decir un farol de alumbrado, un banco de plaza. Nunca el viento, la luz del sol, esas materias siempre nuevas para la piel y los ojos, y también el chico y la mujer, únicos, puestos ahí para alterar la isla, para mostrármela de otra manera. En fin, bien podía suceder que también el hombre del diario estuviera atento a lo que pasaba y sintiera como yo ese regusto maligno de toda expectativa. Ahora la mujer había girado suavemente hasta poner al muchachito entre ella y el parapeto, los veía casi de perfil y él era más alto, pero no mucho más alto, y sin embargo ella lo sobraba, parecía como cernida sobre él (su risa, de repente, un látigo de plumas), aplastándolo con sólo estar ahí, sonreír, pasear una mano por el aire. ¿Por qué esperar más? Con un diafragma dieciséis, con un encuadre donde no entrara el horrible auto negro, pero sí ese árbol, necesario para quebrar un espacio demasiado gris... Levanté la cámara, fingí estudiar un enfoque que no los incluía, y me quedé al acecho, seguro de que atraparía por fin el gesto revelador, la expresión que todo lo resume, la vida que el movimiento acompasa pero que una imagen rígida destruye al seccionar el tiempo, si no elegimos la imperceptible fracción esencial. No tuve que esperar mucho. La mujer avanzaba en su tarea de maniatar suavemente al chico, de quitarle fibra a fibra sus últimos restos de libertad, en una lentísima tortura deliciosa. Imaginé los finales posibles (ahora asoma una pequeña nube espumosa, casi sola en el cielo), preví la llegada a la casa (un piso bajo probablemente, que ella saturaría de almohadones y de gatos) y sospeché el azoramiento del chico y su decisión desesperada de disimularlo y de dejarse llevar fingiendo que nada le era nuevo. Cerrando los ojos, si es que los cerré, puse en orden la escena, los besos burlones, la mujer rechazando con dulzura las manos que pretenderían desnudarla como en las novelas, en una cama que tendría un edredón lila, y obligándolo en cambio a dejarse quitar la ropa, verdaderamente madre e hijo bajo una luz amarilla de opalinas, y todo acabaría como siempre, quizá, pero quizá todo fuera de otro modo, y la iniciación del adolescente no pasara, no la dejaran pasar, de un largo proemio donde las torpezas, las caricias exasperantes, la carrera de las manos se resolviera quién sabe en qué, en un placer por separado y solitario, en una petulante negativa mezclada con el arte de fatigar y desconcertar tanta inocencia lastimada. Podía ser así, podía muy bien ser así; aquella mujer no buscaba un amante en el chico, y a la vez se lo adueñaba para un fin imposible de entender si no lo imaginaba como un juego cruel, deseo de desear sin satisfacción, de excitarse para algún otro, alguien que de ninguna manera podía ser ese chico. Michel es culpable de literatura, de fabricaciones irreales. Nada le gusta más que imaginar excepciones, individuos fuera de la especie, monstruos no siempre repugnantes. Pero esa mujer invitaba a la invención, dando quizá las claves suficientes para acertar con la verdad. Antes de que se fuera, y ahora que llenaría mi recuerdo durante muchos días, porque soy propenso a la rumia, decidí no perder un momento más. Metí todo en el visor (con el árbol, el pretil, el sol de las once) y tomé la foto. A tiempo para comprender que los dos se habían dado cuenta y que me estaban mirando, el chico sorprendido y como interrogante, pero ella irritada, resueltamente hostiles su cuerpo y su cara que se sabían robados, ignominiosamente presos en una pequeña imagen química. Lo podría contar con mucho detalle pero no vale la pena. La mujer habló de que nadie tenía derecho a tomar una foto sin permiso, y exigió que le entregara el rollo de película. Todo esto con una voz seca y clara, de buen acento de París, que iba subiendo de color y de tono a cada frase. Por mi parte se me importaba muy poco darle o no el rollo de película, pero cualquiera que me conozca sabe que las cosas hay que pedírmelas por las buenas. El resultado es que me limité a formular la opinión de que la fotografía no sólo no está prohibida en los lugares públicos sino que cuenta con el más decidido favor oficial y privado. Y mientras se lo decía gozaba socarronamente de cómo el chico se replegaba, se iba quedando atrás -con sólo no moverse-y de golpe (parecía casi increíble) se volvía y echaba a correr, creyendo el pobre que caminaba y en realidad huyendo a la carrera, pasando al lado del auto, perdiéndose como un hilo de la Virgen en el aire de la mañana. Pero los hilos de la Virgen se llaman también babas del diablo, y Michel tuvo que aguantar minuciosas imprecaciones, oírse llamar entrometido e imbécil, mientras se esmeraba deliberadamente en sonreír y declinar, con simples movimientos de cabeza, tanto envío barato. Cuando empezaba a cansarme, oí golpear la portezuela de un auto. El hombre del sombrero gris estaba ahí, mirándonos. Sólo entonces comprendí que jugaba un papel en la comedia. Empezó a caminar hacia nosotros, llevando en la mano el diario que había pretendido leer. De lo que mejor me acuerdo es de la mueca que le ladeaba la boca, le cubría la cara de arrugas, algo cambiaba de lugar y forma porque la boca le temblaba y la mueca iba de un lado a otro de los labios como una cosa independiente y viva, ajena a la voluntad. Pero todo el resto era fijo, payaso enharinado u hombre sin sangre, con la piel apagada y seca, los ojos metidos en lo hondo y los agujeros de la nariz negros y visibles, más negros que las cejas o el pelo o la corbata negra. Caminaba cautelosamente, como si el pavimento le lastimara los pies; le vi zapatos de charol, de suela tan delgada que debía acusar cada aspereza de la calle. No sé por qué me había bajado del pretil, no sé bien por qué decidí no darles la foto, negarme a esa exigencia en la que adivinaba miedo y cobardía. El payaso y la mujer se consultaban en silencio: hacíamos un perfecto triángulo insoportable, algo que tenía que romperse con un chasquido. Me les reí en la cara y eché a andar, supongo que un poco más despacio que el chico. A la altura de las primeras casas, del lado de la pasarela de hierro, me volví a mirarlos. No se movían, pero el hombre había dejado caer el diario; me pareció que la mujer, de espaldas al parapeto, paseaba las manos por la piedra, con el clásico y absurdo gesto del acosado que busca la salida. Lo que sigue ocurrió aquí, casi ahora mismo, en una habitación de un quinto piso. Pasaron varios días antes de que Michel revelara las fotos del domingo; sus tomas de la Conserjería y de la Sainte-Chapelle eran lo que debían ser. Encontró dos o tres enfoques de prueba ya olvidados, una mala tentativa de atrapar un gato asombrosamente encaramado en el techo de un mingitorio callejero, y también la foto de la mujer rubia y el adolescente. El negativo era tan bueno que preparó una ampliación; la ampliación era tan buena que hizo otra mucho más grande, casi como un afiche. No se le ocurrió (ahora se lo pregunta y se lo pregunta) que sólo las fotos de la Conserjería merecían tanto trabajo. De toda la serie, la instantánea en la punta de la isla era la única que le interesaba; fijó la ampliación en una pared del cuarto, y el primer día estuvo un rato mirándola y acordándose, en esa operación comparativa y melancólica del recuerdo frente a la perdida realidad; recuerdo petrificado, como toda foto, donde nada faltaba, ni siquiera y sobre todo la nada, verdadera fijadora de la escena. Estaba la mujer, estaba el chico, rígido el árbol sobre sus cabezas, el cielo tan fijo como las piedras del parapeto, nubes y piedras confundidas en una sola materia inseparable (ahora pasa una con bordes afilados, corre como en una cabeza de tormenta). Los dos primeros días acepté lo que había hecho, desde la foto en sí hasta la ampliación en la pared, y no me pregunté siquiera por qué interrumpía a cada rato la traducción del tratado de José Norberto Allende para reencontrar la cara de la mujer, las manchas oscuras en el pretil. La primera sorpresa fue estúpida; nunca se me había ocurrido pensar que cuando miramos una foto de frente, los ojos repiten exactamente la posición y la visión del objetivo; son esas cosas que se dan por sentadas y que a nadie se le ocurre considerar. Desde mi silla, con la máquina de escribir por delante, miraba la foto ahí a tres metros, y entonces se me ocurrió que me había instalado exactamente en el punto de mira del objetivo. Estaba muy bien así; sin duda era la manera más perfecta de apreciar una foto, aunque la visión en diagonal pudiera tener sus encantos y aun sus descubrimientos. Cada tantos minutos, por ejemplo cuando no encontraba la manera de decir en buen francés lo que José Alberto Allende decía en tan buen español, alzaba los ojos y miraba la foto; a veces me atraía la mujer, a veces el chico, a veces el pavimento donde una hoja seca se había situado admirablemente para valorizar un sector lateral. Entonces descansaba un rato de mi trabajo, y me incluía otra vez con gusto en aquella mañana que empapaba la foto, recordaba irónicamente la imagen colérica de la mujer reclamándome la fotografía, la fuga ridícula y patética del chico, la entrada en escena del hombre de la cara blanca. En el fondo estaba satisfecho de mí mismo; mi partida no había sido demasiado brillante, pues si a los franceses les ha sido dado el don de la pronta respuesta, no veía bien por qué había optado por irme sin una acabada demostración de privilegios, prerrogativas y derechos ciudadanos. Lo importante, lo verdaderamente importante era haber ayudado al chico a escapar a tiempo (esto en caso de que mis teorías fueran exactas, lo que no estaba suficientemente probado, pero la fuga en sí parecía demostrarlo). De puro entrometido le había dado oportunidad de aprovechar al fin su miedo para algo útil; ahora estaría arrepentido, menoscabado, sintiéndose poco hombre. Mejor era eso que la compañía de una mujer capaz de mirar como lo miraban en la isla; Michel es puritano a ratos, cree que no se debe corromper por la fuerza. En el fondo, aquella foto había sido una buena acción. No por buena acción la miraba entre párrafo y párrafo de mi trabajo. En ese momento no sabía por qué la miraba, por qué había fijado la ampliación en la pared; quizá ocurra así con todos los actos fatales, y sea esa la condición de su cumplimiento. Creo que el temblor casi furtivo de las hojas del árbol no me alarmó, que seguí una frase empezada y la terminé redonda. Las costumbres son como grandes herbarios, al fin y al cabo una ampliación de ochenta por sesenta se parece a una pantalla donde proyectan cine, donde en la punta de una isla una mujer habla con un chico y un árbol agita unas hojas secas sobre sus cabezas. Pero las manos ya eran demasiado. Acababa de escribir: Donc, la seconde clé réside dans la nature intrinsèque des difficultés que les sociétés -y vi la mano de la mujer que empezaba a cerrarse despacio, dedo por dedo. De mí no quedó nada, una frase en francés que jamás habrá de terminarse, una máquina de escribir que cae al suelo, una silla que chirría y tiembla, una niebla. El chico había agachado la cabeza, como los boxeadores cuando no pueden más y esperan el golpe de desgracia; se había alzado el cuello del sobretodo, parecía más que nunca un prisionero, la perfecta víctima que ayuda a la catástrofe. Ahora la mujer le hablaba al oído, y la mano se abría otra vez para posarse en su mejilla, acariciarla y acariciarla, quemándola sin prisa. El chico estaba menos azorado que receloso, una o dos veces atisbó por sobre el hombro de la mujer y ella seguía hablando, explicando algo que lo hacía mirar a cada momento hacia la zona donde Michel sabía muy bien que estaba el auto con el hombre del sombrero gris, cuidadosamente descartado en la fotografía pero reflejándose en los ojos del chico y (cómo dudarlo ahora) en las palabras de la mujer, en las manos de la mujer, en la presencia vicaria de la mujer. Cuando vi venir al hombre, detenerse cerca de ellos y mirarlos, las manos en los bolsillos y un aire entre hastiado y exigente, patrón que va a silbar a su perro después de los retozos en la plaza, comprendí, si eso era comprender, lo que tenía que pasar, lo que tenía que haber pasado, lo que hubiera tenido que pasar en ese momento, entre esa gente, ahí donde yo había llegado a trastrocar un orden, inocentemente inmiscuido en eso que no había pasado pero que ahora iba a pasar, ahora se iba a cumplir. Y lo que entonces había imaginado era mucho menos horrible que la realidad, esa mujer que no estaba ahí por ella misma, no acariciaba ni proponía ni alentaba para su placer, para llevarse al ángel despeinado y jugar con su terror y su gracia deseosa. El verdadero amo esperaba, sonriendo petulante, seguro ya de la obra; no era el primero que mandaba a una mujer a la vanguardia, a traerle los prisioneros maniatados con flores. El resto sería tan simple, el auto, una casa cualquiera, las bebidas, las láminas excitantes, las lágrimas demasiado tarde, el despertar en el infierno. Y yo no podía hacer nada, esta vez no podía hacer absolutamente nada. Mi fuerza había sido una fotografía, ésa, ahí, donde se vengaban de mí mostrándome sin disimulo lo que iba a suceder. La foto había sido tomada, el tiempo había corrido; estábamos tan lejos unos de otros, la corrupción seguramente consumada, las lágrimas vertidas, y el resto conjetura y tristeza. De pronto el orden se invertía, ellos estaban vivos, moviéndose, decidían y eran decididos, iban a su futuro; y yo desde este lado, prisionero de otro tiempo, de una habitación en un quinto piso, de no saber quiénes eran esa mujer, y ese hombre y ese niño, de ser nada más que la lente de mi cámara, algo rígido, incapaz de intervención. Me tiraban a la cara la burla más horrible, la de decidir frente a mi impotencia, la de que el chico mirara otra vez al payaso enharinado y yo comprendiera que iba a aceptar, que la propuesta contenía dinero o engaño, y que no podía gritarle que huyera, o simplemente facilitarle otra vez el camino con una nueva foto, una pequeña y casi humilde intervención que desbaratara el andamiaje de baba y de perfume. Todo iba a resolverse allí mismo, en ese instante; había como un inmenso silencio que no tenía nada que ver con el silencio físico. Aquello se tendía, se armaba. Creo que grité, que grité terriblemente, y que en ese mismo segundo supe que empezaba a acercarme, diez centímetros, un paso, otro paso, el árbol giraba cadenciosamente sus ramas en primer plano, una mancha del pretil salía del cuadro, la cara de la mujer, vuelta hacia mí como sorprendida iba creciendo, y entonces giré un poco, quiero decir que la cámara giró un poco, y sin perder de vista a la mujer empezó a acercarse al hombre que me miraba con los agujeros negros que tenía en el sitio de los ojos, entre sorprendido y rabioso miraba queriendo clavarme en el aire, y en ese instante alcancé a ver como un gran pájaro fuera de foco que pasaba de un solo vuelo delante de la imagen, y me apoyé en la pared de mi cuarto y fui feliz porque el chico acababa de escaparse, lo veía corriendo, otra vez en foco, huyendo con todo el pelo al viento, aprendiendo por fin a volar sobre la isla, a llegar a la pasarela, a volverse a la ciudad. Por segunda vez se les iba, por segunda vez yo lo ayudaba a escaparse, lo devolvía a su paraíso precario. Jadeando me quedé frente a ellos; no había necesidad de avanzar más, el juego estaba jugado. De la mujer se veía apenas un hombro y algo de pelo, brutalmente cortado por el cuadro de la imagen; pero de frente estaba el hombre, entreabierta la boca donde veía temblar una lengua negra, y levantaba lentamente las manos, acercándolas al primer plano, un instante aún en perfecto foco, y después todo él un bulto que borraba la isla, el árbol, y yo cerré los ojos y no quise mirar más, y me tapé la cara y rompí a llorar como un idiota. Ahora pasa una gran nube blanca, como todos estos días, todo este tiempo incontable. Lo que queda por decir es siempre una nube, dos nubes, o largas horas de cielo perfectamente limpio, rectángulo purísimo clavado con alfileres en la pared de mi cuarto. Fue lo que vi al abrir los ojos y secármelos con los dedos: el cielo limpio, y después una nube que entraba por la izquierda, paseaba lentamente su gracia y se perdía por la derecha. Y luego otra, y a veces en cambio todo se pone gris, todo es una enorme nube, y de pronto restallan las salpicaduras de la lluvia, largo rato se ve llover sobre la imagen, como un llanto al revés, y poco a poco el cuadro se aclara, quizá el sol, y otra vez entran las nubes, de a dos, de a tres. Y las palomas, a veces, y uno que otro gorrión.
De Las armas secretasCortázar, Julio; Ceremonias, Barcelona, Seix Barral, 1994

sábado, 26 de septiembre de 2009

Kiss me deadly de Robert Aldrich



Cúspide del cine negro americano. Nunca antes una película había sido tan bizarra, tan pesadillesca, tan oscura. Robert Aldritch nos lleva a un "tour de force" hacia el mismo apocalipsis. El detective clásico de la literatura americana, Mike Hammer, un animal más violento y psicotico que los tipos que persigue,termina abriendo, literalmente, la caja de Pandora.-

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Source: DVDRip
File size: 715MB | Resolution: 640 x 480
Video: OpenDivX (DivX 4.0 and later), 25.000 fps, ~949.0 kbps | Audio: MPEG-1 Layer 3 (MP3), 128.0 kbit/s, 48000 Hz, stereo


EL MIEDO-EL MONSTRUO-EL CINE

Un esbozo de teoría acerca de la aparición de lo monstruoso (en el cine) y su relación con la vida "moderna"
El detective Mike Hammer (Ralph Meeker) se detiene en la ruta ante las señas desesperadas de una mujer que escapa de un manicomio y pretende que alguien la alcance hasta una parada de colectivos. Poco después son interceptados por otro vehículo. La mujer, Christina (Cloris Leachman) acabará asesinada y Mike con sus huesos en el hospital. A partir de allí, a tono con un relato policial de “serie negra”, los acontecimientos se irán precipitando, uno tras otro, hacia la apocalíptica resolución final. Mike tratará de comprender el significado de algunas palabras que Christina le dijera antes de morir y sus antagonistas pretenderán sacarlo de en medio y averiguar el sitio donde fue escondido un invento demoníaco.

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Partiendo de un relato de Mickey Spillane, Aldrich construyó esta fábula donde la sombra amenazante del holocausto nuclear -en tiempos de la “guerra fría”- se contonea al ritmo que le imprime la maldad humana lejos de toda redención.

En este sentido, de nada servirán las señales de alerta para aplacar la curiosidad y la ambición desmesurada del hombre moderno. Éste, irremediablemente, una y otra vez, ignorando el mito, se convertirá en estatua de sal como la mujer de Lot (al desobedecer la orden de no volver la vista atrás para ver las llamas que consumían a Sodoma y Gomorra) o se verá transformado en piedra por mirar el rostro de Medusa. Pandora, la eterna Pandora, volverá a abrir la caja toda vez que la tenga delante suyo. La fuerza intemporal del mito, realidad negada o al menos incomprendida, reaparece con su enseñanza eterna cada día. Vayamos a la historia:

Una mujer corre aterrada por una ruta desolada en plena noche tratando de que alguien se detenga y la auxilie, los automóviles pasan sin detenerse. Entonces, decidida a todo, con los brazos “en cruz”, se para delante de un auto que viaja a gran velocidad y su conductor, Mike Hammer, debe salirse del camino para evitar atropellarla (la velocidad, el auto deportivo y las tinieblas utilizadas como metáforas del hombre sin rumbo, obsesionado por la técnica, que acelera continuamente hacia adelante en plena oscuridad) Mike le recrimina que estuvo a punto de destrozar su auto por culpa suya, no obstante la deja subir. La mujer dice llamarse Christina (Cristo. La revelación. La súbita aparición de lo numinoso) y poco después nos enteramos que ha escapado del manicomio donde la recluyeran para evitar que cuente “algo” que sabe. Trata de llegar a “Los Ángeles” y le bastaría con que Mike la acerque hasta una parada de colectivos para proseguir su huida. A poco de andar deben detenerse en una gasolinera. El automóvil tiende a irse de lado, una rama se ha metido por debajo (algo ha ocurrido en la vida de Mike. Algo se ha interpuesto y ha frenado su loca carrera hacia la nada)

Otra vez en camino, la mujer hace una acertada radiografía de la vida del conductor (éste responde a todos los patrones de la modernidad: amante de los autos deportivos, la buena ropa y el estado físico, es un personaje superficial y egocéntrico que ha debido corromperse profesionalmente para mantener la forma de vida que lleva) y le pide que, si no consiguen llegar a la parada de colectivos, si algo ocurriera que lo impidiese, la recuerde. Al utilizar la palabra “recuérdeme” le menciona a la poetisa inglesa Christina Rossetti cuya poesía lo orientará a su debido momento. Tal cual lo anunciara Christina, un auto les cierra el paso casi enseguida y ambos son reducidos. En la próxima escena veremos las piernas desnudas de la mujer que se estremecen mientras oímos sus gritos de agonía (estas imágenes nos remitirán a la crucifixión). Mike permanece desmayado. Los asesinos hacen algún comentario acerca de la certeza de la muerte (de Christina, de Cristo) y la imposibilidad de que resucite (la resurrección -de Cristo- no es un hecho que tenga cabida dentro del esquema de una sociedad desacralizada). Seguidamente, el auto, con los dos cuerpos en su interior, será despeñado. Se incendiará durante la caída.

Después de tres dias de inconsciencia Mike despertará en un hospital (Cristo resucitó al tercer día. Mike vuelve a nacer. Renace). De allí en más, dedicará su tiempo a armar el rompecabezas de aquella extraña muerte y a tratar de “entender” el sentido de sus palabras: “recuérdeme”.

Tras resistir a numerosos intentos de disuadirlo -por las buenas y por las malas- Mike descubre que un ingeniero científico llamado Nicholas Raymondo (1) ha sido asesinado sin revelar el sitio donde ocultara un artefacto de su invención. Consciente de la peligrosidad del mismo, el científico, arrepentido, ha querido hacerlo desaparecer.

La lectura de la poesía de Rossetti le da una pista a Mike y lo conduce a la morgue. El médico forense ha extraído una llave del interior del cuerpo muerto de Christina (Cristo, su interioridad, es “la llave” que puede detener al demonio y a la vez abrir las puertas del paraíso). Mike se hace de la llave. Ésta contiene las iniciales H.A.C. que corresponden al Hollywood Athletic Club (2) En uno de los cofres de ese club el científico ha escondido su demoníaca invención. Mike es despojado de su llave y la caja con el invento es robada. Será abierta -a pesar de todas las advertencias en contrario- en una casa en la playa mientras Mike vá hacia allí a rescatar a Velda, su secretaria y amante. El infierno estalla mientras Mike (con una herida -de bala- en el costado) consigue huir con Velda hacia la playa. Juntos miran desde el agua como el cielo se ilumina con las explosiones mientras un chirrido ensordecedor infecta el aire (son otra vez Adán y Eva -el género humano- mirando como “el paraíso” -el mundo que habitaban- se desintegra ante sus ojos)
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Extraído de http://www.taringa.net/posts/tv-peliculas-series/3060241/Kiss-me-deadly-(b%C3%A9same-mortalmente).html, publicado por gabie

Pier Paolo Pasolini


Pasolini es uno de los personajes más relevantes de la cultura europea de la segunda mitad del siglo XX. En todos los campos en los que se prodigó (poesía, novela, director y guionista de cine, ensayo, crítica cultural y social), su obra constituye un punto de referencia ineludible. Más conocido fuera de Italia por sus películas que por sus obras, Pasolini, que siempre se consideró poeta antes que cualquier otra cosa, fue un autor prolífico cuya carrera quedó truncada en 1975 al morir asesinado violentamente.






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miércoles, 2 de septiembre de 2009

Homero: "La odisea"


Hola FUCkers, aquí les dejo un .doc del clásico universal de Homero. Me parece preciso compartirlo, pues tiene notaciones que se hacen muy útiles a la hora de adentrarse en la "historia". Espero les sea útil.
Saludos.
A.G.G.

miércoles, 27 de mayo de 2009

martes, 26 de mayo de 2009

La noche boca arriba

Acá les paso el cuento de Cortazar que hay que leer para Semiología. Saludos!

La noche boca arriba
de Julio Cortázar

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.

La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.

Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.



Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.

Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.

-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.

Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.

Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.

-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.

Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.

Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.

Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

sábado, 16 de mayo de 2009

RAINER WERNER FASSBINDER (1645/1982)

Amigos, en esas busquedas alocadas por la web, y en búsqueda de alguna peli de este director, di con este posteo que realizaron en Taringa.net (http://www.taringa.net/posts/tv-peliculas-series/1982509/Rainer-Werner-Fassbinder,-casi-un-megapost.html), que me pareció interesante compartirlo acá con ustedes.
Saludos!



Este post está dedicado a uno de mis directores favoritos, el alemán Rainer Werner Fassbinder. No voy a poner su biografía, ni nada de eso, que pueden leer en Wikipedia.
http://es.wikipedia.org/wiki/Rainer_Werner_Fassbinder
Valga decir que fue un genio rebelde que vivió al límite y que se despachó unas 27 películas en sólo 13 años de carrera, todo un record (además de actuar, escribir, dirigir teatro y vivir la vida loca).
Si bien muchos de sus films me parecen obras maestras, otras son un poco densas, reconozco, pero bueno, todo no se puede, che.

Armé este post con todas las películas de él que encontré dando vueltas por ahí en internet, ya que estoy tratando de armar una colección de sus films y me pareció interesante publicarlo aquí. Alguna que otra ya figuraba en otros posts de T! pero creo que está bueno agrupar la mayor cantidad en una misma publicación. Lamentablemente no encontré algunas de las que más me gustan, como Viaje a la felicidad de Mamá Küsters - (Mutter Küsters Fahrt zum Himmel), Sólo quiero que me amen - (Ich will nur, dass ihr mich liebt) y Bolwieser (La esposa del ferroviario) - (Bolwieser).

También agregué un documental de Wim Wenders que cuenta con una entrevista a Fassbinder (CHAMBRE 666), y una muy buena biografía (en inglés). Espero que sea del agrado de todos los cinéfilos y amantes del cine en general.

Aquí pueden leer una nota de la revista Ñ para los que quieren más información:
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2007/05/26/u-00611.htm

Para bajar los links de rapidshare megaupload y otros pueden usar el JDOWNLOADER que es una masa total. Lo googlean y lo bajan o lo buscan aquí en Taringa donde incluso hay tutoriales para aprender a usarlo, pero es muy fácil.

Los subtítulos los pueden encontrar en
subdivx.com

Si no sincronizan lo pueden aprender a hacer en este post:
http://www.taringa.net/posts/offtopic/805057/Tutorial-sincronizar-subt%C3%ADtulos-Divx.html

Ahi van las pelis del maestro:

LA LEY DEL MAS FUERTE
Faustrecht der Freiheit/Fox and His Friends (1975) - Rainer Werner Fassbinder



Info:
http://imdb.com/title/tt0072976/

Download:
CD 1
http://rapidshare.com/files/2762597/FDF_CD1_BY_SCOTOBUKI.part1.rar
http://rapidshare.com/files/2762582/FDF_CD1_BY_SCOTOBUKI.part2.rar
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CD 2
http://rapidshare.com/files/2762577/FDF_CD2_BY_SCOTOBUKI.part1.rar
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Subtitulos sincronizados por mi a la perfeccion:
http://rapidshare.com/files/182622239/LA_LEY_DEL_MAS_FUERTE_CD1.srt
http://rapidshare.com/files/182622709/LA_LEY_DEL_MAS_FUERTE_CD2.srt

RECLUTAS EN INGOLSTADT
Pioniere in Ingolstadt/Pioneers In Ingolstadt (1971) - Rainer Werner Fassbinder



Info:
http://imdb.com/title/tt0067584/

Download:
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QUERELLE
Querelle (1982) - Rainer Werner Fassbinder



Info:
http://imdb.com/title/tt0084565/

Download:
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En castellano, bajar y probar cual coincide:
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LOLA
Lola (1981) - Rainer Werner Fassbinder



Info:
http://imdb.com/title/tt0082671/

Downlaod:
CD 1
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CD 2
http://rapidshare.de/files/34028750/L_O_L_A_CD2_BY_SCOTOBUKI.part1.rar
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o

Rainer Werner Fassbinder - Lola (1981)
683 Mb | Runtime 1:55: | color | Language : German | Optional subtitles : English / Serbian | Video : DivX , 775kbps , 576x312

Download:
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Subtitulos
http://subdivx.com/index.php?buscar=LOLA+1981&accion=5&subtitulos=1&realiza_b=1

EL ASADO DE SATAN
Rainer Werner Fassbinder - Satan's Brew/Satansbraten (1976)





Info
http://www.imdb.com/title/tt0075165/

Satan's Brew/Satansbraten
Runtime: 112 min
Country: West Germany
Language: German
Subtitles: English
Directed by: Rainer Werner Fassbinder
Actors: Kurt Raab, Margit Carstensen, Ulli Lommel, Helen Vita, Volker Spengler, Armin Meier
Genre: Comedy / Drama

File: 1.29 GB, duration: 1:46:21, type: AVI, 1 audio stream
Video: 1.19 GB, 1614 Kbps, 29.970 fps, 640*480 (4:3), DX50 = DivXNetworks Divx v5
Audio: 97 MB, 128 Kbps, 48000 Hz, 2 channels, 0x55 = MPEG Layer-3
WinRar: 1.4 GB, added 5% for recovery

Download:
http://rapidshare.com/files/72693999/SATBRE_BY_SCOTOBUKI.part01.rar
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http://rapidshare.com/files/72721421/SATBRE_BY_SCOTOBUKI.part05.rar
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Subtitulos
http://www.opensubtitles.org/es/subtitles/3264638/satansbraten-es

EFFI BRIEST
Effi Briest (1974) - Rainer Werner Fassbinder



Info:
http://imdb.com/title/tt0071458/

Download:
CD 1
http://rapidshare.com/files/3783007/EB_CD1_BY_SCOTOBUKI.part1.rar
http://rapidshare.com/files/3783006/EB_CD1_BY_SCOTOBUKI.part2.rar
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http://rapidshare.com/files/3783013/EB_CD1_BY_SCOTOBUKI.part7.rar
http://rapidshare.com/files/3784309/EB_CD1_BY_SCOTOBUKI.part8.rar

CD 2
http://rapidshare.com/files/3783001/EB_CD2_BY_SCOTOBUKI.part1.rar
http://rapidshare.com/files/3785056/EB_CD2_BY_SCOTOBUKI.part2.rar
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http://rapidshare.com/files/3784788/EB_CD2_BY_SCOTOBUKI.part4.rar
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LAS AMARGAS LAGRIMAS DE PETRA VON KANT
Die Bitteren Tränen der Petra von Kant/The Bitter Tears of Petra von Kant (1972) - Rainer Werner Fassbinder



Info:
http://imdb.com/title/tt0068278/

Download:
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o tambien

Rainer Werner Fassbinder-Bitteren Tränen der Petra von Kant, Die (1972)
1:59:10 | XviD 704x512 | 2,17 Gb | 224 kb/s AC3 | 25 fps | German and Russian Channels
Subtitles: English, and Russian .srt Rapidshare.com ( 24*100Mb + 70,66 Mb )

Download:
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Subtitulos
http://subdivx.com/index.php?buscar=PETRA+VON+KANT&accion=5&subtitulos=1&realiza_b=1

LA ANSIEDAD DE VERONICA VOSS
Rainer Werner Fassbinder-Die Sehnsucht der Veronika Voss (1982)



Rainer Werner Fassbinder-Die Sehnsucht der Veronika Voss (1982)
| 704.2 MB | Runtime 1:44:28 | b/w |
Language : German / 2nd Audio Track: English commentary
Optional subtitles : English
Audio : mp3, 48000 Hz, 90 Kb/s, 2-ch
Video : XviD, 740 Kb/s, 23.97 frm/s, 608x352 (16:9)
Rapidshare.com (7 * 100 MB + 4.2 MB)

Download:
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Subtitulos
http://www.subdivx.com/X6XOTk4MzY8X-die-sehnsucht-der-veronika-voss-1982.html

KATZELMACHER
Rainer Werner Fassbinder - Katzelmacher (1969)





Info
http://www.imdb.com/title/tt0064536/



Katzelmacher
Runtime: 88 min
Country: West Germany
Language: German
Subtitles: English
Directed by: Rainer Werner Fassbinder
Actors: Hanna Schygulla, Lilith Ungerer, Rudolf Waldemar Brem, Elga Sorbas, Rainer Werner Fassbinder, Hans Hirschmuller
Genre: Drama

File: 697 MB, duration: 1:25:29, type: AVI, 1 audio stream
Video: 639 MB, 1045 Kbps, 25.0 fps, 512*384 (4:3), DX50 = DivXNetworks Divx v5
Audio: 57 MB, 94 Kbps, 32000 Hz, 2 channels, 0x55 = MPEG Layer-3
WinRar: 769 MB, added 5% for recovery

Download:
http://rapidshare.com/files/68428110/KATZ_BY_SCOTOBUKI.part1.rar
http://rapidshare.com/files/68440588/KATZ_BY_SCOTOBUKI.part2.rar
http://rapidshare.com/files/68451370/KATZ_BY_SCOTOBUKI.part3.rar
http://rapidshare.com/files/68460204/KATZ_BY_SCOTOBUKI.part4.rar
http://rapidshare.com/files/68470885/KATZ_BY_SCOTOBUKI.part5.rar
http://rapidshare.com/files/68497882/KATZ_BY_SCOTOBUKI.part6.rar
http://rapidshare.com/files/68517076/KATZ_BY_SCOTOBUKI.part7.rar
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Password: oldscot

Subtitulos
http://www.subdivx.com/X6XOTIwNzk8X-katzelmacher-1969.html

EL MERCADER DE LAS CUATO ESTACIONES
Rainer Werner Fassbinder - The Merchant of Four Seasons/Händler der vier Jahreszeiten (1972)





Info
http://www.imdb.com/title/tt0067227/

The Merchant of Four Seasons/Händler der vier Jahreszeiten
Runtime: 88 min
Country: West Germany
Language: German
Subtitles: English
Directed by: Rainer Werner Fassbinder
Actors: Hans Hirschmüller, Hanna Schygulla, Irm Hermann, Klaus Löwitsch, Ingrid Caven, Kurt Raab
Genre: Drama

File: 699 MB, duration: 1:24:34, type: AVI, 1 audio stream
Video: 621 MB, 1028 Kbps, 25.0 fps, 608*448 (4:3), XVID = XVID Mpeg-4
Audio: 77 MB, 128 Kbps, 44100 Hz, 2 channels, 0x55 = MPEG Layer-3
WinRar: 771 MB, added 5% for recovery

Download:
http://rapidshare.com/files/67795688/TMOFS_BY_SCOTOBUKI.part1.rar
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http://rapidshare.com/files/67845020/TMOFS_BY_SCOTOBUKI.part7.rar
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Subtitulos
http://www.opensubtitles.org/en/subtitles/236264/handler-der-vier-jahreszeiten-es

WHITHY
Rainer Werner Fassbinder - Whity (1971)





Info
http://www.imdb.com/title/tt0067979/

Whity
Runtime: 95 min
Country: West Germany
Language: English / German
Subtitles: English
Directed by: Rainer Werner Fassbinder
Actors: Ron Randell , Hanna Schygulla, Katrin Schaake, Harry Baer, Ulli Lommel
Genre: Drama / Western

File: 1000 MB, duration: 1:35:27, type: AVI, 1 audio stream
Video: 940 MB, 1377 Kbps, 23.976 fps, 720*320 (2.21:1), XVID = XVID Mpeg-4
Audio: 59 MB, 87 Kbps, 48000 Hz, 2 channels, 0x55 = MPEG Layer-3
WinRar: 1.10 GB, added 5% for recovery

Download:
http://rapidshare.com/files/68900823/WHIT_BY_SCOTOBUKI.part01.rar
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Password: oldscot

Subtitulos
http://www.subdivx.com/X6XMTEwNTc5X-whity-1971.html

EL AMOR ES MAS FRIO QUE LA MUERTE
Liebe ist kälter als der Tod (1969) - Rainer Werner Fassbinder



Info
http://www.imdb.com/title/tt0064588/

Download:
http://rapidshare.com/files/159723226/Love.Is.Colder.Than.Death.divx.part1.rar
http://rapidshare.com/files/159723844/Love.Is.Colder.Than.Death.divx.part2.rar
http://rapidshare.com/files/159725425/Love.Is.Colder.Than.Death.divx.part3.rar
http://rapidshare.com/files/159726269/Love.Is.Colder.Than.Death.divx.part4.rar
http://rapidshare.com/files/159726934/Love.Is.Colder.Than.Death.divx.part5.rar
http://rapidshare.com/files/159728296/Love.Is.Colder.Than.Death.divx.part6.rar
http://rapidshare.com/files/159729121/Love.Is.Colder.Than.Death.divx.part7.rar
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Subtitulos
http://www.opensubtitles.org/es/subtitles/3180990/liebe-ist-kalter-als-der-tod-es

ATENCION A ESA PROSTITUTA TAN QUERIDA
(En realidad es CUIDADO CON LA PUTA SANTA)
Beware of a Holy Whore/Warnung vor einer heiligen Nutte





Info
http://www.imdb.com/title/tt0067962/

Runtime: 103 min
Country: West Germany
Language: German / English / French / Spanish
Subtitles: English
Directed by: Rainer Werner Fassbinder
Actors: Lou Castel, Eddie Constantine, Rainer Werner Fassbinder, Kurt Raab, Hanna Schygulla, Ulli Lommel, Margarethe von Trotta
Genre: Comedy / Drama

File: 998 MB, duration: 1:39:26, type: AVI, 1 audio stream
Video: 907 MB, 1276 Kbps, 29.970 fps, 720*544 (4:3), XVID = XVID Mpeg-4
Audio: 91 MB, 128 Kbps, 48000 Hz, 2 channels, 0x55 = MPEG Layer-3

Download:
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Password: oldscot

Subtitulos
http://www.subdivx.com/X6XMTEwNTc0X-warnung-vor-einer-heiligen-nutte-1971.html

LA ANGUSTIA CORROE EL ALMA
Rainer Werner Fassbinder-Angst essen Seele auf (1974)



Info
http://www.imdb.com/title/tt0071141/

Download:
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http://rapidshare.com/files/38572756/RWF-FearESoul.part2.rar
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http://rapidshare.com/files/38583304/RWF-FearESoul.part4.rar
http://rapidshare.com/files/38589100/RWF-FearESoul.part5.rar
http://rapidshare.com/files/38594390/RWF-FearESoul.part6.rar
http://rapidshare.com/files/38599082/RWF-FearESoul.part7.rar
http://rapidshare.com/files/38561232/RWF-FearESoul.part8.rar

(Password-www.AvaxHome.ru)

Subtitulos
http://www.subdivx.com/X6XNTY1NTk8X-angst-essen-seele-auf-1974.html

Estos estan perfectamente sincronizados por mi para la versión:
http://rapidshare.com/files/181251184/Angst_essen_Seele_auf.srt.html

CHAMBRE 666
Wim Wenders (con una entrevista a Fassbinder, entre otros grandes directores)



Info
http://www.imdb.com/title/tt0083727/

Download
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http://rapidshare.com/files/26066295/WW1982_R666.part2.rar
http://rapidshare.com/files/26087882/WW1982_R666.part3.rar
http://rapidshare.com/files/26094448/WW1982_R666.part4.rar
http://rapidshare.com/files/26164555/WW1982_R666.part5.rar

pass:www.AvaxHome.ru

Sin subtitulos por ahora, mis disculpas.

FASSBINDER: FILM MAKER
Muy buen libro sobre RWF, biografía y análisis de sus películas. Scaneado, en inglés.



Download:
http://rapidshare.com/files/72359573/FASSBINDER_film_maker_by_Ronald_Hayman__1984___scan_.part1.rar
http://rapidshare.com/files/72354457/FASSBINDER_film_maker_by_Ronald_Hayman__1984___scan_.part2.rar

En este otro link pueden ver el excelente post de CAROLCBA para bajar la miniserie de TV de Fassbinder, Berlin Alexanderplatz, que es genial. Agradezco profundamente a CAROLCBA por dicho trabajo.
http://taringa.net/posts/tv-peliculas-series/1591175/Fassbinder-:-Berlin-Alexanderplatz-(1980).html

Fuentes:
http://avaxhome.ws/blogs/FNB47
http://iloveclassics.blogspot.com/
http://scotobuki.livejournal.com/tag/scotofilms